domingo, 23 de noviembre de 2008

De olores...


¿Qué es lo peor que te puede pasar al salir de un ascensor? Pregunté a varios amigos, muchos respondieron que caerte, tropezar con tu jefe mientras fugas, encontrarte con tu ex agarrándose a tu jefe (¿qué tienen con el jefe?) o entrar una dimensión desconocida (no preguntar a gente bajo el efecto de drogas). Pero no señores (as), lo peor es lo que me pasó a mi, bajaba del cuarto piso al primero a recoger unas vainas de aquellas del trabajo, ingresé tranquilamente a la caja esa, y una vez adentro, mientras las puertas cerraban velozmente percibí el grotesco olor de un gas fresco que algún desgraciado había soltado antes de bajar y dejarme la posta del encierro. Me llevé rápidamente el brazo a la nariz (felizmente me perfumo todo antes de salir de casa) y solo rezaba pidiéndole a Dios que no haya nadie en el primer piso esperando entrar después de mi.

Dios se quería reír un rato, al abrirse las puertas me esperaba una fémina preciosa, tenía cara de ángel así que no me cabe duda de que fue broma de papá lindo, del cuerpo ni hablemos, tuve tiempo de verla de arriba abajo antes de salir. Me recibió con una espléndida sonrisa, me quedé idiota un rato, hasta que saludó coquetamente: “hola, cómo estás”. Mi nerviosismo habría sido notorio, saqué el brazo de la nariz y salí corriendo pronunciando un tímido “qué tal” e imaginando su cara cambiando la amistosa expresión por una de asco y desprecio al montarse en el ascensor. Solo queda reírse del asunto, de nada sirvió que me ponga la camisa rosada ese día.

El olfato es uno de lo sentidos que más placer me da, pero también aquel que podría generar un movimiento visceral extraño. Muchas veces me remite a recuerdos indescifrables de pura felicidad, una niñez inalcanzable, alguna comida mágica, o un simple olor a libertad campestre. Extrañamente nunca me hace recordar algún hecho poco agradable, quizás no conecté esos momentos con la nariz. Es increíble como puedo volver a “enamorarme” como la primera vez por culpa de algún perfume pasajero, o presenciar totalmente alguna navidad con Legos de regalo, volver a pasear por Tacna, Tumbes, Cuzco, etc. Sensaciones tan reales, a la vez tan fantásticas, y no las puedes agarrar, simplemente las sientes, como el agua cuando se escurre por las manos.

Le escuché a una amiga hace poco, haciendo alusión a aquellos manoseos, medidas de aceite, Spiderman (como le digan aquellos que lo entienden) que se dan las parejas calentonas antes de decir cosas como “solo la cabecita”, “acá no más, nadie nos ve” o “te juro que termino afuera”, que ese acto dejaba olor a lejía ¿lejía? Nunca había escuchado eso, es más, nunca había escuchado a alguien definir ese olor en especial.

Es como cuando algo huele a agua, yo juro que el olor del agua existe, no es mar, ni río, ni piscina, es agua. También porfío que existe el olor a desagüe sucio, a pesar de que muchos me dicen que redundo en la idea; creo que existe el olor a bar, no me digan que es solo cerveza y puchos; el olor de lonchera de escolar es inconfundible, casi siempre lo relaciono con plátanos y jugo de naranja en envase de plástico; por otro lado, me da asco el olor a durazno, lo relaciono con el "mal de altura"; los juegos mecánicos que huelen a fierro son insoportables; los escolares huelen mal, acepten las disculpas del caso, yo fui escolar y creo haber apestado más que ellos incluso, pero fuera de bromas es uno de los olores que no aguanto.

Personalmente me gusta el olor de Barranco en mañanas soleadas, me gusta el olor a verano en Lima, el de Arequipa no me gusta mucho; adoro el olor a lluvia de Huancayo (y el de Arequipa), el de Huaraz no es tan intenso; me acelera el corazón un olor a shampoo que aún no logro encontrar pero sé que lo haré algún día; las calles de Tumbes siempre calurosas, el olor de Puerto Chicama en Trujillo; desayuno en la casa de mi bisabuela, almuerzo y lonche en la de mi abuela, mientras se lava ropa en mi propia casa; más que nada me emociona el olor de mi propia casa al regresar de algún viaje, no sé por qué siempre huele igual, viva donde viva, regrese de donde regrese; y miles de sensaciones olfativas más que pueden ser simplemente mi imaginación.

Este post ya apesta a aburrido, así que lo acabamos acá, empezó a oler a quemado… y de hecho no soy yo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

De por qué no me gustan las discotecas...

Empecemos con el más cruel de los castigos necesarios para no morir socialmente en esta movida ciudad. Tienes que ir a una discoteca porque la buena gente de tu amiga supuso que era el lugar ideal para pasar su cumpleaños. Claro, pensó en todo, como se nota que pensar para ella es un proceso casi nulo. Primero, te cobran entrada, para entrar a un lugar en donde no te dan ni las gracias tienes que pagar y ahí no difieren en si es para público A, B, C, D, E ni Z, tus 20 soles te cuesta fácilmente en cualquiera de estos establecimientos.

Pero tu amiga pensó en todo, y para los misios como tú existe “la lista” aquella hoja de papel que maneja el VIP, que se cree VIP realmente, en la cual está un nombre impreso que te otorga un pase gratis hasta las 11, sí, no puedes llegar ni un minuto más tarde, pagarías doble. Para ingresar antes de la hora acordada tienes que pasar por la respectiva cola, aborrezco hacer colas para cualquier cosa, pero para entrar a “divertirme” a un lugar ya es el colmo. Mientras estás parado como un imbécil afuera, o cagándote de frío por que fuiste con poca ropa (más en el caso de las mujeres) o mirando si hay alguna posible víctima solitaria (más en el caso de los hombres), hay otros que pasan al toque, con un saludo al administrador, al VIP, o a la que vende cigarros. Es que ellos son asiduos concurrentes, o son chicas bonitas, o son tipos con plata, o son jugadores de fútbol, o son Oscar Ysla.

Por fin entraste, luego del desfile de afuera toca el desfile de adentro puesto que para eso es el disfraz y maquillaje de ellas y la posería y lo pelos parados de ellos. A actuar se ha dicho, es quizás eso lo que más me incomoda de las discotecas, todo es tan falso como el ambiente en donde bailas. Si vieras el lugar con las luces prendidas te darías cuenta que no es más que un hueco feo en donde tú juras que las estás haciendo, si prendieran las luces en ese instante y quitaran la música verías que el atractivo físico de muchos es gracias a la falta de iluminación del lugar, que se están moviendo de forma ridícula más que sexy, que sus miradas conquistadoras no son más que súplicas para que alguien les haga caso.

El trago, principal motor de mi diversión, es algo que no puede ser ajeno a estos centros nocturnos, acá también le ponen una fuerte dosis de “posero” al asunto. Cómo es posible que vendan una cerveza personal a 10 soles ¡la maldita cuesta S/. 2.50! encima te empujan la Barena ¡nadie en su sano juicio pide Barena jamás! pero si vas a una discoteca no tienes elección, es un robo descarado. No preguntes por el whisky o el vodka, S/.150 por un red label es una de las jodas más graciosas que he visto, o quizás ese champagne de S/.1000 que me hizo reír un rato. Hay que ser demasiado imbécil para comprar un champagne ahí a ese precio. En Aura te venden Brhama, nunca me ha gustado esa cerveza, pero en Aura te venden Brhama, no te queda otra.

Y en donde sea te meten el cuento, una jarra de cerveza a S/.21, la desgraciada tiene la mitad de agua y la mitad de cebada, eso fue en una discoteca en Los Olivos, juro que no volveré únicamente por la calidad del servicio y porque está caro. Servicio, es algo nulo en cualquier discoteca, no por que no lo intenten, sino por que es imposible dar un buen servicio ahí. La gente está tan apretada que puedes sentir el sudor de todos, no entiendo por qué les gusta eso, el contacto físico los debe estimular, a mi me parece incómodo no poder caminar tranquilo.

Otro punto es la estruendosa música, con el volumen al tope no se puede conversar, queda claro entonces que temas interesantes no van a fluir ahí, cero tranquilidad, y más aburrimiento, en especial para mi que hablo tanto y de todo (eso no es sarcasmo). Quizás por eso me gusten más los bares, las ideas van y vienen, los debates se hacen apasionantes y el trago suelta la lengua, el trago es más pagable por cierto. Pero qué hueco ese lugar llamado discoteca, siempre son los mismos rituales, no se renueva nada, todas las noches lo mismo, he podido visitar muchas, de todo tipo. Lo peor es que quiera o no volveré a ir, claro que no tanto como a mis amados bares, pero alguna buena amiga hará su fiesta ahí y yo diré “carajo”, me pondré la camisa, pasaré por la lista, verán mi nombre, me harán pasar, pagaré una chela con mi tarjeta dorada para hacerme el panudo (depende donde esté y con quien) miraré a todo lado, me aburriré a las 2 horas a menos que pueda gorrear trago a alguien y me iré. Por otro lado, si es que en algún lugar hubo previos y de verdad llegamos a ir a la discoteca no me interesará el lugar ni la bulla ni nada, gracias a la magia del alcohol.

Pequeño video que grafica un poco...

domingo, 9 de noviembre de 2008

Patita Broaster



La ciudad sorprende día a día a aquel que sepa redescubrirla, solo hay que estar atento, puede ser con los ojos, el olfato y hasta el tacto (saludos a los peruanísimos metedores de mano) te da más sorpresas que Jaime Bayly con su postulación a la presidencia de la república o el poder judicial metiendo en cana a Magaly, más pintoresca que la grabación de Rómulo León y que un post en mi blog después de como mil meses. Esto sucedió en un paseo inesperado por Gamarra Shopping Center, acompañando a una buena compañera, en las veredas de la avenida Huánuco noté la formación de una extensa y variada cadena gastronómica, nada raro para ser el centro de Lima.

Los antojos producidos por esas aromáticas formas se desvanecen de golpe cuando la vista enfoca la elaboración o almacenamiento de los productos, por ejemplo, a pesar de ser las 6 de la tarde, aún había cebiche en un par de esos puestos. Claro que el menú se diversifica con el paso de las horas, en la mañana encuentras tu pan con tortilla, el infaltable emoliente o quaker con membrillo. Ya para la media mañana van saliendo los cebiches en vaso, a un sol no más; la papita con ají, eso a china; los huevitos de codorniz, te los sirven en bolsa para llevar y algunas otras delicias. Al medio día los olores se intensifican, el menú ya está listo para servirse y van pasando los “delivery” hasta el puesto de trabajo, esas bandejas pasean por la avenida Abancay sin el menor reparo en la contaminación presente.

Lo que sí no había observado es la hora del lonchecito ni de la cena, por cosas de la vida mi estancia en el centro de Lima nunca ha pasado las 5 pm, aquella vez, a pesar de tener que cuidar que no nos quiten algo, pude observar varios carritos de esos, infaltables salchipapas, hamburguesas, pancito recién horneado, anticuchos y pancita. Todo estaba en perfecta armonía cuando me detuve en algo que no cuadraba bien dentro de mi estructura predeterminada de carrito salchipapero, mil patas de pollo perfectamente alineadas y fritas a la espera de comensales deseosos de llevarse un hueso a la boca con sabor a aceite. Además de alitas broaster (o brosther, broster, bhroster, mil combinaciones más) mi idea de este tipo de fritura andaba bien limitada, fue una revelación, descubrir el qué sé yo de la vida nuevamente, admirar otra vez mi ciudad (por que es mía) decir "que paja es el Perú", y salir con una gran sonrisa de satisfacción al saber que mi paseo por Gamarra no había sido en vano.

Fue la misma admiración cuando en Arequipa probé aquella combinación “a la parrilla” también de huesos de pata de pollo con mote y demás vísceras, todo en bolsa a cincuenta céntimos; o el caldo de cabeza en Huaraz, con la cabeza del carnero al lado; quizás la gelatina de pata de vaca en Huancayo, juro que es gelatina y juro que no sabe a pezuña; también podemos contar la primera vez que me sirvieron cuy, espantoso pero simpático dentro de todo; y ni qué hablar del agua de coco en Tumbes, tan turbia como el agua de caño, no solo por las manos del que servía, también por el machete que cortaba; mil cosas más como esas que me tienen sonriendo un par de horas extra al día y que no pueden dejar de mencionarse.

No me voy a colgar de todos aquellos que se han subido a la “ola” de ensalzar la creatividad peruana porque considero que en todos los países del mundo hay creatividad, y siempre es loable, pero definitivamente no puedo dejar de observar que tenemos algunas cosas raras. Andar caminando por la calle con tu pata de pollo broaster debe ser una experiencia única que no me atreví a realizar, primero por que junto con las patas amontonadas había mil cosas más y mi salud estomacal ya no es la de antes, segundo porque ¡la pata no tiene carne! No es tan divertido masticar hueso frito por ahí.

Anímate a consumir estos manjares, algún día los vas a extrañar, o vas pensar “por qué no me atreví”. También puede pasar que los comas y me odies el resto de la vida gracias a la tifoidea o cualquier otra cosa que te pueda dar, es cuestión de arriesgarse.