viernes, 30 de septiembre de 2011

Mi papá también era militar.

Esta es una historia fictica basada en hechos reales.


- Hola, no lo mires mucho, a veces se molesta por eso.

El gesto del tipo enorme no era amistoso y yo lo miraba desafiante sabiendo que me arriesgaba a una golpiza en el recreo. Sin embargo la tranquilizadora voz del chico de al lado me hizo zafar de la incómoda situación.

Tenía mirada sincera, serena, amable – Yo soy Bruno ¿te gusta el colegio? Sí, tiene partes nuevas y partes viejas – Entramos al salón en fila de a dos, Marco a mi lado me daba recomendaciones sobre cómo comprar en el kiosko, en dónde esperar a que me recojan y cuáles eran los mejores profesores.

Nos sentamos en carpetas de a dos y empezó a indagar sobre mi vida, que cómo me llamo, Oscar le respondí, que de dónde vengo, de Huancayo le dije, que dónde vives, en San Franciso, ¿en la villa? Sí en la villa, ¿tu papá es militar?, sí mi papá es militar. Sus ojos grandes y brillantes se hicieron más grandes aún, su respiración se aceleraba, parecía que había encontrado un regalo bajo su cama, pero era un regalo que no quisiera recibir.

Ahí dejó de preguntar, ahí llegó la profesora también y tuvimos que escucharla atentos, Bruno agachó la cabeza meditabundo, lo oí susurrar algo como para él mismo, “mi papá también era militar”.

Para el recreo ya había recuperado la sonrisa, su ánimo de guía lo hizo acompañarme a todo lado, incluso me mostró la casa abandonada detrás del colegio, una construcción antigua en donde, estábamos seguros, las almas andaban.

Era mi turno de preguntar en dónde vivía, me respondió que en el centro de Moquegua y me cambió de tema, empezó a hablar de jugar fútbol y fuimos corriendo a la cancha, como yo era torpe me pusieron a cuidar el arco y como cuidaba el arco no pude seguir indagando. A la salida un Volkswagen rojo lo esperaba, su mamá sonriente bajaba la ventanilla y lo saludaba de lejos, él me llevó hasta ella saltando – mamá, él es Oscar y vive en la villa ¡su papá es militar! – la última frase descuadró a la señora, sin embargo recuperó rápidamente la compostura y me saludó amable y cariñosa como lo haría tantas veces. Mandó saludos a la familia a pesar de que no los conocía y quedé convencido de que en Moquegua la gente era bastante buena.

Pasó el tiempo y la amistad fue creciendo, cierto día dentro de la casa abandonada del colegio abordé el tema de su familia directamente – ¿dónde está tu papá? – él murió hace unos años, por eso vivo solo con mi mamá y mis hermanos. Me quedé en silencio porque no me esperaba esa respuesta, busqué en su rostro algo que me dijera que todo estaba bien pero me di cuenta de que dolía, compartía su dolor porque así es la amistad sincera, dos lágrimas salieron de sus ojos y nos quedamos ahí sentados, mi mano en su espalda pareció reconfortarlo.

Aquel episodio hizo más fuerte el lazo, venía a mi casa siempre, quería saber cómo era la vida en el cuartel, veía a mi papá con respeto y le preguntaba sobre armas y combates. Le gustaba estar en la villa militar, a mi me gustaba subirme a su Volkswagen rojo, me contaba chistes raros y yo le contaba historias zafadas, jugábamos a la guerra en un tanque destartalado, pasábamos largas horas imaginando que hacíamos volar al enemigo, él con más ahínco que yo.

Su mamá daba lecciones de manejo con el Volkswagen rojo para solventar varios de los gastos, valiente su mamá, con tres hijos a cuestas debía ver la forma generar ingresos. Los dos hermanos de Bruno compartían su pasión por las armas y sus incesantes preguntas sobre la villa militar, a veces cuando él se quedaba en mi casa lo miraban con un poco de envidia. Martín, el mayor, era un chico respetado y protector, defendía a sus hermanos de cualquier abusivo y ante cualquier circunstancia, para mi fortuna yo estaba incluido como uno más de la manada. Carlos, el menor, era pícaro y juguetón, de sonrisa fácil y de ocurrencias varias.

Cierta tarde en su casa de un piso yo contaba alguna ocurrencia familiar, la gracia provocaba carcajadas de todos y los posteriores revolcones en el piso - Yo no recuerdo a mi papá - fue lo que dijo Carlos mientras nos reincorporábamos, las risas se apagaron y nos miramos helados. La tristeza invadió al rostro de Bruno, Martín con aplomo se dirigió a ambos – Mi papá era muy gracioso, siempre nos hacía reír.

Luego volteó y me miró buscando refugio, sin embargo encontró una expresión de duda que lo obligó a contar qué había sucedido. – Él era oficial del ejército, capitán. Vivíamos en Huancayo, en la villa militar así como tú, hasta que lo mataron, los malditos terroristas lo mataron. Bruno continuó con el relato – mi papá estaba regresando de Lima en un bus y lo pararon a medio camino, pidieron que todos bajen, él sabía lo que iba a pasarle si encontraban sus documentos así que los guardó debajo del asiento, así sin nada salió de ahí. Él no debería haber viajado, lo llamaron de emergencia, no quería dejarnos porque éramos muy chiquitos.

Pero alguien hizo un soplo e informó a los terroristas, encontraron su carné del ejército y sin preguntar más se bajaron del vehículo, ahí lo arrastraron y lo obligaron a arrodillarse, lo insultaron, lo encañonaron sin misericordia, no importó que entre sus documentos estuviera la foto de su esposa y los tres pequeños niños, no importó que sea un oficial joven y de carrera prometedora, no importó lo absurda que fuera la causa de Sendero Luminoso. Jalaron el gatillo una sola vez, el capitán tuvo siempre la frente en alto, no abrió la boca, nunca mostró cobardía.

La mamá de Bruno recibió la noticia como un doloroso golpe, los niños lloraban al mismo tiempo presintiendo que algo para ellos no estaría más, su mejor amigo, el padre amoroso que no parecía militar cuando jugaba con ellos se fue volando al cielo. Al final del sepelio y las condolencias no queda nada, todos vuelven a su vida y ella otra vez se quedó con los pequeños, sin nadie en esa ciudad extraña que solo le traía malos recuerdos, tuvo que volver a su natal Moquegua, a su cálida Moquegua, a su tranquila Moquegua alejada de la violencia.

La familia del héroe no merecía quedar así, Bruno siempre tuvo el deseo de vivir la vida que le arrebataron, conversar con el padre que le arrebataron, completar la foto familiar. Ellos se hicieron hombres rápido por su madre, aquella señora que llevaba el luto con entereza, Martín ingresó a la Escuela Militar para seguir los pasos de su padre. Dicen que se parece bastante, dicen que combate igual, dicen que ha demostrado con creces que la valentía también se lleva en los genes.

Él ahora lucha en el VRAE, siempre con una foto de su padre y una foto de Bruno en el bolsillo del pecho, dirige a sus tropas con seguridad y nadie duda en seguirlo. Él no combate con deseo de venganza, sino con toda la ilusión de terminar de una vez con esa insania. Yo ahora visito a Bruno en el cementerio, descansa desde hace unos años junto a su querido papá, imagino que está allá arriba preguntándole sobre armas y tanques, y dándole fuerzas a su hermano para que siga resistiendo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cuando no hay papel... no hay papel


Una de las experiencias más difíciles de sobrellevar es la apremiante necesidad de ir al baño, no solo por lo complicado que es encontrar uno que se amolde a tus requerimientos, sino que la urgencia puede convertirse en un desastre sin precedentes para tu vida social y para tu ego.

Hay ciertos elementos que debes tener en cuenta para utilizar un recinto como baño (específicamente “cagadero”). Fíjate que haya dónde sentarse, es que ya sin la taza es bastante incómodo el trámite, entiendo que existen letrinas que no cuentan con este lujoso accesorio, he podido usar alguna, solo en caso de extrema urgencia y de encontrarte en un ámbito rural permítete practicar posiciones nuevas para la descarga. Se asegura entumecimiento de músculos y dolor de articulaciones, posiblemente lesión a los meniscos y tendones.

Una de las situaciones más incómodas es que no haya papel para limpiarte luego de ejecutada la acción y es ahí cuando tu creatividad y capacidad de solucionar problemas sale a flote (como todo lo que has dejado flotando). Cierto día de verano en mi querida universidad estaba yo expresándome libremente en mi baño preferido, cerca a la oficina de Aiesec, este fenomenal cuarto de baño era individual, estaba ubicado en un lugar por donde no pasaba nadie, al fondo de un pasadizo en un cuarto piso, no entraban ni salían ruidos de ese ambiente, estaba muy bien ventilado, y lo más importante es que estaba totalmente equipado: jabón, toallas de mano, revistas universitarias, y papel.

Sin embargo, por confiado no reparé en un pequeño detalle, justamente ese día no habían repuesto el vital elemento que proviene de los árboles, luego de cerrar la revista vi el rollo de papel vacío y no me preocupé mucho, siempre hay papel toalla para solucionar estos imprevistos. La preocupación vino al levantar la vista y ver también vacío el rollo de las benditas toallas, entré en desesperación, se me nubló la vista, pensé en gritar para que me pasen papel pero estaba lejos de cualquier oído humano y armar un escándalo para llamar la atención de alguien con los pantalones abajo no es muy sensato que digamos.

Recordé que el baño de mujeres estaba al lado, probablemente estaría vacío por las características del lugar, así que me levanté los pantalones con cuidado y, sin presionar mucho las nalgas, salí caminando con aplomo (como pato) hasta el ambiente femenino. Cuando no es tu día no es tu día, y descubrí amargamente que tampoco había papel en aquel lugar, ni franelita, ni toallitas húmedas ni periódico que sirva, literalmente estaba cagado.

Pero mi agilidad mental funcionó rápidamente, recordé que en ese piso habían cuatro baños, sonreí pensando que solo había que mantener las nalgas relajadas por unos cuantos metros más, así que caminé por el pasadizo sin llamar la atención de nadie, haciéndome el loco, mirando la techo y silbando con las manos en el bolsillo. Estos baños eran visitados por más gente por estar cerca a las escaleras y el ascensor, pero supuse que estarían libres, no reparé en que algunas veces los cerraban con llave para que los usuarios no abusen del servicio.


El baño de hombres cerrado, baño de mujeres cerrado también, recorrí los malditos cinco pisos de ese edificio de Bienestar que me estaba causando un profundo malestar en busca de un maldito baño abierto, pero cuando no es tu día no es tu día, y los que no estaban ocupados estaban cerrados.

En esas circunstancias y sudando frío, pensé habían miles de baños en la universidad, pero no es fácil caminar como pato tantos metros, me arriesgué cruzando el camino principal de mi alma mater, sonriendo forzadamente y tratando de apurar el paso, por fin llegué a un baño más humilde y público, donde la colectividad hace la fuerza y todas las letrinas tenían recursos de sobra. Encontré papel y fui feliz.

Aunque no siempre tendrán la suerte de caer en un lugar como este, a falta de papel higiénico he visto utilizar muchas cosas. Lo más común es papel periódico, supongo que te quedará todo con tinta después. En algunos restaurantes de mala muerte encontrarás un Trome o un Líbero esperando a ser usado. En ese caso trata de utilizar la sección política, deben haber varias fotos de congresistas y uno que otro miembro del Ejecutivo. No desprecies la sección de Chollywood, vale la pena.

Otra que he visto (y usado) son las guías telefónicas, ante una emergencia en un centro comercial conocido, no encontré algo mejor que las dichosas guías. Lo curioso es que había una a medio usar en cada letrina, entonces concluí que así ahorran recursos ¿el jabón líquido será gelatina? Por último, para que nunca olvides proveer el baño de tu casa con papel, he visto en más de una ocasión toallas de mano muy finas tiradas a la basura de la peor manera, y no solo pasa con ebrios.