La falta de ejercicio y la permanente actividad gastronómica y chelera hizo que mi cuerpo tome forma indefinida (más que antes). ¡Ya no puedo meter la barriga! Y ahora ya no me debería quitar el polo bajo ninguna circunstancia ¿Pero qué es lo primero que se le viene a la mente a un nuevo gordito en exceso? Hacer dieta o ir al gimnasio. Mi condición de machista reprimido por las mujeres de mi casa no me hizo aceptar de ninguna forma dejar de comer como camionero, por lo que el gimnasio fue la única opción posible (eso de “salir a correr” no va conmigo, hay que ser bien fuerte para ir a mover las piernas alrededor de algún lugar por iniciativa propia más de dos días seguidos) Y decidí hacer lo que nunca había hecho, ir a un gimnasio de esos grandes, con muchos instructores alrededor y que te miden la grasa antes de que inicies tu rutina.
Al inicio te tratan tan bien que asusta, te quedas pensando si es la colonia, pero luego te das cuenta de que quieren sacarle plata a tu cuenta. Te empiezas a sentir más delgado, el solo hecho de entrar a estos establecimientos ya te pone “fitness”, juras que nunca lo vas a dejar y que incluso vendrás todos los días. Las fotos de gente musculosa te animan a cumplir el objetivo propuesto, solo bajar esos rollitos, desaparecer la celulitis y levantar el trasero (en el caso de las mujeres), sacar brazos y poder marcar el cuerpo (en el caso de los hombres).
El primer día alucinas que no estabas con el físico tan grave y que aún te quedaban pulmones y brazos para levantar pesas, corres una hora seguida, levantas 100 kilos, y haces 500 abdominales. Al día siguiente quieres estar tirado, sin moverte las 24 horas del día; tomas 100 pastillas contra el dolor muscular, y no puedes flexionar ni los dedos para agarrar el tenedor. He conocido gente sedada totalmente porque no aguantan lo que duele, lógicamente tu segundo día de gimnasio está perdido porque no puedes moverte.
Pero como el dolor dura un par de días más, te haces el loco y bajas el ritmo de la rutina a casi cero. Claro que sigues yendo todo empeñoso, te aguantas de la mejor manera el hecho de entrar al vestidor y cruzarte con puro tío despanzurrado con el cuerpo menos agradable que el tuyo, es que ver a un viejo de 60 calato caminando por ahí no es la cosa más bonita del mundo. ¿Qué les cuesta ponerse una toalla? Cubrirse no es difícil ¡aunque sea la ropa interior por dios! Pareciera que les gusta caminar desnudos entre hombres (esto pasa en todos los vestidores). Por lo que he escuchado, en el vestidor de las mujeres la situación no mejora mucho, los efectos del tiempo, embarazos, várices y etc de cosas que les da a ellas, dicen mis amigas, que hacen al espectáculo un tanto más “vistoso”.
De hecho también están esas chicas “regias”, más ricas que el pan francés, que se pasean con sus ajustadas y transparentosas mallitas, a las que por tu condición de machote lascivo no puedes dejar de mirar. En todos los gimnasios existen y ellas son totalmente concientes de lo que provocan; entre sus principales actividades dentro del local, aparte de hacer ejercicio, están la de coquetear con los instructores, coquetear con uno que otro chico, mejorarle la imagen al gimnasio, ser la envidia del 90% de mujeres que nunca será como ella, animar a los hombres a cargar más peso cuando están cerca y hacer creer a todos que estos ejercicios realmente funcionan.
Por otro lado están los musculosos, estos que cada día le aumentan un kilo a su pesa, y para levantarla gimen como… (qué puedo decir), se hinchan el doble, se les saltan las venas, y montan todo el show para luego de que lograron su objetivo, volteen a mirar cachosamente tu triste rutina con una mancuerna de 10 kilos. Estos personajes también conocen todo el gimnasio, el funcionamiento de las máquinas, son instructores improvisados, incluso creo que duermen en esas camillas para hacer abdominales. Pero lo que mejor hacen es mirarse al espejo, son narcisistas al extremo y el espejo es su mejor amigo, se miran hasta el mínimo detalle, en todas las posiciones y hacen de todo para que los demás volteen a ver sus músculos que no reemplazan todos los vacíos de sus existencia, percibo la mayoría de veces un gran problema de autoestima en ellos.
Los instructores o trainers son otro rollo, más “gileros” que ellos en el gimnasio no existen, son los reyes, conversan con todas, dejan en roche a todos y caminan siempre con un aire de superioridad y un gesto de aburrimiento al mandarte a hacer tu rutina, les importas un bledo a menos que seas la chica rica y coqueta con mallas ajustadas, a ellas hasta les secan el sudor, pero a ti, triste gordito deforme, te van a mandar a hacer mil abdominales y a correr por ahí para que no molestes.
Tienes que abastecerte de distintos implementos para asistir al gimnasio, entre ellos están las licras, shorts, polos que absorben el sudor, zapatillas para especiales porque las “pichangueras” no se ven tan fashion (peor si tienen coquitos) olvídate de llevar las “tabas” Super Reno. La toalla que sirve para secarte el sudor y limpiar lo que deja el gordito ese que suda ríos y que estuvo ocupando la máquina que ahora utilizarás con cierto asco. Tu “toma-todo” es básico, aunque debe ser más divertido llenarlo de pisco, el agua también es buena y sirve para “encaletar” el hecho de que ya no puedes respirar más” y que debes parar a mitad de la serie. Puedes encontrar todos los productos en la mini tienda del gimnasio, que te venderá algo de mala calidad al precio de las mejores marcas deportivas.
También venden suplementos (o complementos) alimenticios, esos enormes potes llenos de polvos que son un misterio para mí, creo que sirven para aumentar masa, o bajar masa, quizás quemar grasa, qué sé yo, solo sé que todos tienen hombres musculosos en la etiqueta y colores brillantes con fondo oscuro.
Al mes ya empiezas a creer que hizo efecto el gimnasio, el dolor de pecho que tenías al correr se ha esfumado, ya puedes mover los brazos sin problemas y hasta cargas 5 kilos más, sientes que los abdominales han hecho efecto, te miras al espejo como los musculosos con las obvias diferencias, ya te acostumbraste a la música “ambiental” y al olor a sudor. Ya te sientes listo para mostrar tu nuevo y maravilloso cuerpo en público, a pesar de que todos te ven igualito, tú juras que ha funcionado el esfuerzo, tanto así que ya te aburriste del gimnasio, empiezas a ir menos, tu espíritu deportivo decayó, prefieres ir a empujarte comida en vez de correr en la faja y finalmente ya no quieres ir ni por las chicas ricas en mallas. Te vale madres la plata gastada en un principio y la promesa que hiciste de ir siempre, ya no necesitas más esa cruel tortura y esperarás con ansias el pròximo verano para sentirte gordo nuevamente e ir a hacer ejercicio, por un mes.
Al inicio te tratan tan bien que asusta, te quedas pensando si es la colonia, pero luego te das cuenta de que quieren sacarle plata a tu cuenta. Te empiezas a sentir más delgado, el solo hecho de entrar a estos establecimientos ya te pone “fitness”, juras que nunca lo vas a dejar y que incluso vendrás todos los días. Las fotos de gente musculosa te animan a cumplir el objetivo propuesto, solo bajar esos rollitos, desaparecer la celulitis y levantar el trasero (en el caso de las mujeres), sacar brazos y poder marcar el cuerpo (en el caso de los hombres).
El primer día alucinas que no estabas con el físico tan grave y que aún te quedaban pulmones y brazos para levantar pesas, corres una hora seguida, levantas 100 kilos, y haces 500 abdominales. Al día siguiente quieres estar tirado, sin moverte las 24 horas del día; tomas 100 pastillas contra el dolor muscular, y no puedes flexionar ni los dedos para agarrar el tenedor. He conocido gente sedada totalmente porque no aguantan lo que duele, lógicamente tu segundo día de gimnasio está perdido porque no puedes moverte.
Pero como el dolor dura un par de días más, te haces el loco y bajas el ritmo de la rutina a casi cero. Claro que sigues yendo todo empeñoso, te aguantas de la mejor manera el hecho de entrar al vestidor y cruzarte con puro tío despanzurrado con el cuerpo menos agradable que el tuyo, es que ver a un viejo de 60 calato caminando por ahí no es la cosa más bonita del mundo. ¿Qué les cuesta ponerse una toalla? Cubrirse no es difícil ¡aunque sea la ropa interior por dios! Pareciera que les gusta caminar desnudos entre hombres (esto pasa en todos los vestidores). Por lo que he escuchado, en el vestidor de las mujeres la situación no mejora mucho, los efectos del tiempo, embarazos, várices y etc de cosas que les da a ellas, dicen mis amigas, que hacen al espectáculo un tanto más “vistoso”.
De hecho también están esas chicas “regias”, más ricas que el pan francés, que se pasean con sus ajustadas y transparentosas mallitas, a las que por tu condición de machote lascivo no puedes dejar de mirar. En todos los gimnasios existen y ellas son totalmente concientes de lo que provocan; entre sus principales actividades dentro del local, aparte de hacer ejercicio, están la de coquetear con los instructores, coquetear con uno que otro chico, mejorarle la imagen al gimnasio, ser la envidia del 90% de mujeres que nunca será como ella, animar a los hombres a cargar más peso cuando están cerca y hacer creer a todos que estos ejercicios realmente funcionan.
Por otro lado están los musculosos, estos que cada día le aumentan un kilo a su pesa, y para levantarla gimen como… (qué puedo decir), se hinchan el doble, se les saltan las venas, y montan todo el show para luego de que lograron su objetivo, volteen a mirar cachosamente tu triste rutina con una mancuerna de 10 kilos. Estos personajes también conocen todo el gimnasio, el funcionamiento de las máquinas, son instructores improvisados, incluso creo que duermen en esas camillas para hacer abdominales. Pero lo que mejor hacen es mirarse al espejo, son narcisistas al extremo y el espejo es su mejor amigo, se miran hasta el mínimo detalle, en todas las posiciones y hacen de todo para que los demás volteen a ver sus músculos que no reemplazan todos los vacíos de sus existencia, percibo la mayoría de veces un gran problema de autoestima en ellos.
Los instructores o trainers son otro rollo, más “gileros” que ellos en el gimnasio no existen, son los reyes, conversan con todas, dejan en roche a todos y caminan siempre con un aire de superioridad y un gesto de aburrimiento al mandarte a hacer tu rutina, les importas un bledo a menos que seas la chica rica y coqueta con mallas ajustadas, a ellas hasta les secan el sudor, pero a ti, triste gordito deforme, te van a mandar a hacer mil abdominales y a correr por ahí para que no molestes.
Tienes que abastecerte de distintos implementos para asistir al gimnasio, entre ellos están las licras, shorts, polos que absorben el sudor, zapatillas para especiales porque las “pichangueras” no se ven tan fashion (peor si tienen coquitos) olvídate de llevar las “tabas” Super Reno. La toalla que sirve para secarte el sudor y limpiar lo que deja el gordito ese que suda ríos y que estuvo ocupando la máquina que ahora utilizarás con cierto asco. Tu “toma-todo” es básico, aunque debe ser más divertido llenarlo de pisco, el agua también es buena y sirve para “encaletar” el hecho de que ya no puedes respirar más” y que debes parar a mitad de la serie. Puedes encontrar todos los productos en la mini tienda del gimnasio, que te venderá algo de mala calidad al precio de las mejores marcas deportivas.
También venden suplementos (o complementos) alimenticios, esos enormes potes llenos de polvos que son un misterio para mí, creo que sirven para aumentar masa, o bajar masa, quizás quemar grasa, qué sé yo, solo sé que todos tienen hombres musculosos en la etiqueta y colores brillantes con fondo oscuro.
Al mes ya empiezas a creer que hizo efecto el gimnasio, el dolor de pecho que tenías al correr se ha esfumado, ya puedes mover los brazos sin problemas y hasta cargas 5 kilos más, sientes que los abdominales han hecho efecto, te miras al espejo como los musculosos con las obvias diferencias, ya te acostumbraste a la música “ambiental” y al olor a sudor. Ya te sientes listo para mostrar tu nuevo y maravilloso cuerpo en público, a pesar de que todos te ven igualito, tú juras que ha funcionado el esfuerzo, tanto así que ya te aburriste del gimnasio, empiezas a ir menos, tu espíritu deportivo decayó, prefieres ir a empujarte comida en vez de correr en la faja y finalmente ya no quieres ir ni por las chicas ricas en mallas. Te vale madres la plata gastada en un principio y la promesa que hiciste de ir siempre, ya no necesitas más esa cruel tortura y esperarás con ansias el pròximo verano para sentirte gordo nuevamente e ir a hacer ejercicio, por un mes.